domingo, 18 de diciembre de 2016

EL IMPERIO DEL SOL (EPISODIO #312)


Sofía atinaba a decirme algo. Lo intuía, respiraba demasiado entrecortado. La situación le estaba desbordando. Yo la acallaba con un contundente «si vas a hablar, mejor cierra los labios». En esos instantes de total desasosiego, en el que sientes que tu corazón puede sufrir un paro, el mono comenzaba a emitir chillidos bien alocados. ¡Vaya momento! Alguien (o algo) se acercaba desde el otro lado y podía dejarnos más tiesos que el mismísimo palo que llevaba en la mano. Pese a todo, a paso lento avanzaba mordiéndome los labios, concentrado cual soldado a punto de ejecutar un disparo. Una astilla se incrustaba en la palma de mi mano, pero entre la infinita oscuridad que cubría todo el campo asomaban los cuernos de un mamífero bastante alto. Era corpulento. Tenía cuernos curvados. Sobre su lomo había un ser humano. Lo estaba montando. No era un caballo. Parecía un asno. Se desplazaba despacio. Me quedaba estático. Los animales expulsaban sonidos pero contra toda lógica el gato ronroneaba, bien calmo. Sin duda era una señal de que algo bueno estaba pasando. Suspirando, bajaba mi palo. Siempre es importante tener un gato como faro.