—
¿Estás viendo lo mismo? —le preguntaba a Sofía, todavía incrédulo.
—Tan
sólo veo unos cuernos, ¡y más allá unos ojos quietos!
Ella
estaba viendo lo mismo, pero los ronroneos del gato ya no vibraban en mis
tímpanos, entonces levantaba mi palo, dispuesto a romper varios huesos. Cuando
uno convive con la naturaleza, cualquier señal o vestigio puede inquietar hasta
al más valiente de los guerreros. Impresiona lo mucho que podemos desarrollar
los sentidos. Abriendo mi mano izquierda le sugería que no se moviera un metro.
Ella asentía con la cabeza, probablemente porque tenía miedo. Yo también lo
tenía, pero su belleza me hacía perderlo. La amaba, en serio.