—
¿Sofía? —la buscaba en la negrura de la tenaz oscuridad.
—Acá
estoy. ¿Qué pasa?
—
¿No está?
—
¿Quién?
—El
niño indio.
—
¿Cómo que no está?
—A
no ser que tus ojos se ajusten naturalmente a la oscuridad, nuestro principito no
está.
Encima
ese caballo no paraba de agitar la cola con una insensibilidad que me hacía rabiar.