Pero
los maullidos del gato arribaban desde algún lado, se adentraban en mis oídos y
me erizaban los brazos. Los felinos pueden ver en la oscuridad. Nosotros
también, pero para poder ver la luz tenemos que concentrarnos. Efectivamente
estaba viendo algo raro. Extraordinario. Pocas veces lo había oído tan agitado.
Es que no paraba de maullar. Y el caballo relinchaba, como si también quisiera
anunciarnos algo. Por las dudas cogía un palo, dispuesto a romper un cráneo en
caso de necesitarlo.