Hollando
pastos, me iba acercando. Eran muy altos, y estaban enredados, pero con
paciencia podía superarlos. «No lo puedo creer», repetía ella, trastabillando. En buen momento caminaba por el pasto chato. Con el palo en mi mano,
pasaba a su lado. Su atención ensimismada me hacía presumir que estaba viendo
algo raro, pero yo veía el gato, entre unos cardos que no parecían estorbarlo. Al
igual que ella, extraviaba su mirada en el horizonte llano. Metros delante el
caballo meneaba la cola para todos lados. Naturalmente el mono trepaba un árbol
no muy lejano. Más allá de sus ramas sucedía algo extraño, y no
estoy exagerando.
FIN DEL
CAPÍTULO IV
FIN DE “EL
RENACIMIENTO DE UN IMPERIO”
Continuará…
en la misma bitácora