Recordaba
que al gato le brillaban los ojos. Abriendo aún más las manos cubría todo su
cráneo. Y yo cerraba los míos, por si acaso. Pobre felino, lo estaba
asfixiando. Realmente estaba preocupado. Me encontraba turbado. A todo esto,
los extraños seres seguían hablando, y el búho continuaba graznando. Aguzando
el oído, calculaba la bendita distancia que nos mantenía a salvo.