Nada
me hacía pensar que podía caer y quedar inválido. El gato me alentaba, con las
orejas en alto, sólo observando. Nos comunicábamos sin hablarnos. Una rama se
enganchaba en mi brazo escuálido. Tironeando dejaba un retazo para que se abrigara
en caso de necesitarlo. Necesitaba a Sofía para seguir avanzando, pero tenía
que continuar trepando. Esas piedras podían revelarme algo. Felizmente mis
huellas dactilares perseguían dejar su rastro en las polvorientas zarpas del
gato.