Mis
piernas se aquietaban, como si fuesen ajenas a las continuas órdenes que mi
cerebro estresado, mandaba. Había logrado trepar la primera rama. Parado, me
abrazaba al tronco como si fuese mi amada. Unas hormigas inofensivas se
engarabitaban a mis brazos, confundiéndome con la añosa corteza que abrigaba
toda la planta. Sudaba. El gato maullaba, motivándome a seguir con la hazaña.
Por cierto no debía tomar un descanso. Entonces continuaba trepando, sin mirar
hacia abajo. En tiempos pasados, hubiese preferido quedarme en el pasto, pero
la vida me estaba cambiando, demasiado.