¡Qué
confusión! La luz provenía de un agujero abierto en la pared, a metro y medio
del suelo, de un hueco circular de unos veinte centímetros de diámetro, que
irradiaba con fuerza, pero parecía una luz solar, y debajo del haz, a la altura
de mis rodillas, sobre un montículo de tierra, compacto y también circular, había
un nido, un nido de paja, con varias plumas en su interior, del mismo color que
las plumas del búho, es decir, pardas. Dichas semejanzas me hacían pensar que
se trataba del nido del búho. Pero, ¿por qué? ¡¿Para qué?! No sabía qué hacer.
En ese preciso momento de profundo desasosiego, se oían voces viriles, dos o
tres, que lentamente penetraban la oscuridad. Hablaban un idioma desconocido.
No era inglés, ni italiano ni francés, ni nada que hubiera oído alguna vez. Aún
tenía la piedra en la mano. Apoyando la espalda contra la pared, aflojaba las
piernas y me dejaba caer. Tiritaba de miedo. Quería desaparecer.