Uno
de los seres tenía los ojos muy brillosos. Los del búho, increíblemente, eran
menos voluminosos. Se me erizaban los brazos. Además era bastante bajo. Metro y
medio. No más. Eso mismo deducía teniendo en cuenta el lugar donde relucían sus
ojos, perfectamente redondos. Estaba estupefacto. No lograba ver su contextura
física, pero hablaba un idioma muy extraño. Me perturbaba demasiado. Mis manos sujetaban
el hocico del gato. No quería lastimarlo. Él podía ver en la oscuridad. Al
igual que yo se limitaba a respirar, y esperar el milagro. La piedra rozaba mi
muslo derecho. Estaba temblando. Literalmente, tenía pánico.