No
se soltaban, y la pared seguía resplandeciendo en la oscuridad, a unos siete u
ocho pasos de mi desconcierto total. Con pasos quedos buscaba satisfacer el firme
deseo de averiguar. Mi espíritu inquebrantable, y los ronroneos del gato, me
hacían pensar que no me debía preocupar, pero una piedra en el camino casi me
hizo tumbar.