sábado, 4 de febrero de 2017

EL IMPERIO DEL SOL (EPISODIO #335)


Abría los ojos. Nadie, menos yo, podíamos resucitarlo. Lamentaba lo poco que le había estimado. Es que no había tenido tiempo de tratarlo. Pensaba en enterrarlo. No disponía de instrumentos para inhumarlo. La tierra estaba árida, el cielo cerrado. Ni siquiera regalaba un chubasco aislado. Me sentía un orate, un mono trastornado. Necesitaba inscribir su nombre en una lápida para que el tiempo tirano no pudiera olvidarlo. Demasiado ampuloso, lo sé, pero buscaba un palo aguzado. Los camaradas siempre deben ser recordados.