En
un abrir y cerrar de ojos el gran cabrón impactaba su cabeza deforme contra el
muro y caía rendido al pasto. Parecía un boxeador noqueado, en un fatídico
cuadrilátero, como si Cassius Clay le hubiese propinado un demoledor zurdazo.
No reaccionaba, pero la estructura de piedras que había chocado estaba tambaleando.
De hecho unas piedras se desprendían desde lo alto y caían al suelo como
aerolitos inesperados. Afortunadamente lejos de sus cuernos curvados. Yo corría
para salvarlo, antes de que una montaña de piedras lo sepultara bajo su sombrío
letargo.