Las
piedras del muro parecían piezas de un rompecabezas, tan extenso como una vasta
cordillera. Dirigía la mirada hacia mi izquierda, no veía otra cosa más que
piedras, lo mismo hacia mi derecha, piedras encajadas como un maldito rompecabezas.
Aquel muro defensivo tenía una altura gigantesca. Imposible de superar ni
aunque un titanosaurio me sirviese de escalera. «Miau, miau», mayaba Astor
sobre mi sombra quieta. Me agarraba la cabeza, el muro inmenso me hacía sentir
una molestia.