Caminaba
en el mismo sentido que seguíamos cuando no lamentaba desaparecidos. Tras inacabables
minutos de fatigoso recorrido hallaba un pedazo de bosta en el suelo bendecido.
Una madriguera me daba a entender que en aquel terreno vivían mamíferos, pero
aquel excremento era de un equino, no podía confundirlo. Espantando unas moscas
alborozadas con su banquete preferido, cogía un palo para abrirlo. Estaba
fresco, motivo por el cual un caballo acababa de despedirlo. ¿Y si era de
Ringo? Soltaba el gato para seguir nuestro camino, olfateando nuevos residuos.