¡Por
el amor de Dios, el gran cabrón volaba hacia el muro como un misil de infarto! Yo
lo miraba, estupefacto, pese a que no era la primera vez que desviaba el curso
de su destino en un sentido insospechado. Y balaba, enrabiado. Su cabeza gacha
demostraba que estaba compenetrado. Astor reaparecía entre unos pastos,
maullando.