Respirando
hondo, me acercaba al monumento. El gato pisoteaba mi sombra con cierto recelo,
persiguiendo mis piernas como la gripe al invierno. De pronto algo muy grande
me dejaba sin aliento: en lugar de un monumento veía un muro inmenso. Era parecido
al de los lamentos. Yo me quedaba tieso y boquiabierto, a unos prudentes
cincuenta metros. Todas las piedras encajaban con una perfección que no podía
creerlo. Su colosal arquitectura no parecía de aquellos tiempos. También en el
sur se buscaba ensanchar la vanidad de los pueblos.