No
hallaba palo alguno por ningún lado. Tampoco piedras con algún filo generoso
que me permitieran cavar un pozo para, finalmente, enterrarlo. El gato seguía
mis pasos descaminados. Aún mordía ese pedazo de camisa que me hacía recordar
mi corazón desgarrado. Me había quedado solo. Perdía los sesos, ella ya era mi
pasado inmediato. Temía que algo malo le hubiese pasado. ¿Qué estaba haciendo?
Volvía a paso rápido. La ira me hacía sentir un ser desasosegado. El mono
seguía sangrando. Cubría su cuerpo con unos pastos que arrancaba del suelo como
si fueran cabellos de un viejo depravado. Lagrimeaba, observando ese montículo
de hierbas que el viento desarmaba para trastocarme y transformarme en ese cardo
solitario que infelizmente había deseado. ¡Cuánta zozobra, mi vida se convertía
en un castigo innecesario!