Jane se perdía de vista entre unas ramas. John debía
atravesarlas. Más allá del frondoso ramaje con grandes hojas aceitunadas había más
ramas, todas enmarañadas, pero ahora Jane se adentraba en una tosca cabaña, completamente
deteriorada, por una ventana, que era cuadrada. En el centro de la cabaña desplazaba
una cama. Era de una plaza. Debajo de la cama había una boca subterránea. Seguían
estallando las bombas incendiarias. Mordiéndose la lengua, John traspasaba la
ventana. La punta de un clavo se enganchaba en una de sus nalgas. Un retazo de
pantalón quedaba ondeando en la ventana. Jane dejaba caer su cuerpo en la
entrada subterránea, sin decir una palabra. Segundos después una bomba de
Napalm arrasaba la endeble cabaña. Indudablemente tenían un ángel de la guarda.