El fragor de las bombas de fuego se calaba hasta los
huesos. Los estruendos eran tan intensos que hasta los malos espíritus buscaban
desesperadamente alcanzar el plácido cielo. Aquel escenario bélico era un
verdadero infierno. John y Jane seguían huyendo, rechinando dientes, esquivando
ramas, evitando caer al suelo. ¡Cuántas especies inocentes eran calcinadas por
el ávido fuego! Pero no había tiempos para lamentos. Jane conocía bien el
terreno, por eso llevaba una delantera de tres o cuatro metros. Vietnam no daba
aliento, ni tampoco consuelo. Como en el reino animal, los débiles casi siempre
sucumbían primero.