— Escucha, Jane —susurraba con acento emocionado—,
estoy sudando pánico pero me gustas tanto que ni la Parca puede silenciarlo.
Otro topo humano huía del ambiente subterráneo. Parecía
un gusano con los nervios desquiciados. El dedo índice de John rozaba el
gatillo, temblequeando. La cercanía del enemigo se percibía con el oído: el más
próximo murmuraba algo, a no más de diez pasos. Ellos seguían detrás del árbol,
como dos ciervos condenados.
— Creo que estás delirando, o yendo muy rápido.
— Creo que estoy enamorado.
— Mira, deberíamos escapar si no queremos recibir
disparos.
— Estamos acabados. Ellos son cinco. Todos están
armados. Apenas me queda una bala. No quería comunicarlo. ¡Por favor, reza para
morir rápido, o para que pronto suceda el milagro!