John y Jane no dejaban de oponer resistencia a una
de las muertes más inhumanas, crueles y lentas. Cuando la desalmada parca acecha,
te aferras a la vida, no quieres cederla, pero el ardiente Napalm arrasaba la
naturaleza, tocaba el suelo y se expandía con una fuerza vigorosamente violenta.
En esos instantes te acuerdas de Dios, lo quieres tener cerca. Nadie quiere
morir joven, mucho menos por una guerra forzada, tan brutal, tan feroz, tan
intensa. Siempre es mejor leer un libro bélico, bien lejos de la fatídica
contienda. La guerra nunca deja de ser un crimen, a no ser que una amenaza real
se cierna sobre nuestras cabezas o el indefenso planeta. Estoy hablando de supervivencia.