«¿A dónde me llevas?», preguntaba John a sus
espaldas, pero sus intentos de ser escuchado, además de resultar vanos, se perdían
entre las muchas ramas quemadas: los ensordecedores estrépitos de las bombas
americanas no cesaban, al contrario, se sucedían con más saña. Sólo él sabía
que quería besarla. Los guerreros solían cubrirse con corazas, pero John
deseaba entregarle su alma. El amor es un milagro, aún en tiempos de
aborrecibles batallas, donde la vida humana es despreciada y vale menos que un cuchillo, una bala o una bomba incendiaria.