¡Por
favor, Milo, volvé rápido —gritaba sollozando—, el mono está muy raro! ¿Cómo
podía hacerle entender que quería volver pero me sentía descompuesto? Tanto era
así que de mi boca no paraban de salir gusanos. Después de todo había perdido
el apetito. Temía perder el estómago. Estaba desahuciado. Para males los indios
murmuraban un nombre muy extraño. Una luz tenue avanzaba en el pasto, produciéndome
un desmerecido sobresalto.