Las
llamas superaban mi estatura. No estaban solas, en todas las proximidades había
seres humanos. El caballo detenía la marcha a pocos metros de la fogata. Curiosamente
no advertían nuestro arribo. El niño indio decía algo a mis espaldas. Ni
siquiera me volteaba. Los individuos parecían poseídos, como si invocaran a
unos espíritus. Circundaban la fogata con extraños movimientos. De cabello
negro y lacio hasta la cintura, vestían camisas sin mangas que llegaban hasta sus
rodillas. Estaban descalzos. En la cintura llevaban fajas adornadas. No podía
confundirlos, eran amerindios.