Raymond llevaba un reloj de pulsera en la muñeca izquierda,
pero las agujas siempre estaban quietas. El tiempo parecía muerto. Estaba más
solo que una estrella. Su cielo era una sombra densa. Extrañaba la Tierra.
Raymond, padre de Meissa y marido de Estela, era un astronauta condenado a una
muerte lenta: había sido atrapado por una extraña región negra, donde ni
siquiera la luz podía escapar de ella, en las proximidades del planeta Zeta.