martes, 26 de septiembre de 2017

EL MISTERIOSO CASO DE BENITO (1era. parte)



Las uñas de Benito crecían incesantemente. Su alma cándida contaba en su haber con apenas doce primaveras, lánguidas y grises. ¡Era tan inocente! La desolada abuela no podía detenerlas. Consternada hasta la médula, se valía de dos filosas tijeras. De algún modo tenía que contenerlas. Por la mañana, cuando los niños iban a la escuela, se acercaba a sus sábanas y sin despertarlo le cortaba tres centímetros, y por la noche, después de asearlo para que el sueño le diera un poco de tregua, otros cinco. Pobre angelito, durante el ocaso le crecían más deprisa, como si la puesta del sol fuese decisiva. Ella no quería que las chismosas del barrio le vieran postrado, y mucho menos, que descubrieran la desesperada razón por la que visitaba tan seguido al afilador de tijeras.