Una noche hibernal, en el momento preciso en que una
ventisca comenzaba a soplar, y los temerosos pájaros se resguardaban del
temporal, la abatida abuela abrió la puerta y se marchó para no regresar.
Nueve días después, el cuerpo de un niño fue hallado en su
cama, entre sábanas ensangrentadas, con todas las uñas enroscadas en la espina
dorsal. Uno de los policías tenía ganas de vomitar. Una niebla fantasmal invadía las veredas de la desolada ciudad.
El columpio de Benito se movía en dolorosa soledad.
FIN