— Tienes razón —sorprendía Jane, con la mirada
extraviada en la almohada, desvariada, tal vez como si alucinara con la absurda
aparición de un fantasma—, eres una víctima de esta guerra aciaga.
John quería expulsar unas palabras atinadas pero su
cama vibraba, como si un terremoto, ávido de estragos, persiguiera tragarla. La
cabaña precaria se desmoronaba. Algo inusual sucedía donde los muertos buscan liberar
el alma. Del techo caía la paja. Finalmente Jane soltaba el arma, en el borde
de la cama.
— ¿Y ahora… qué… qué diablos pasa? —trastabillaba
John, perforando con las uñas, las sábanas.
— No quiero morir aplastada.
— Era lo único que faltaba. Esta vida perra ladra pero muerde, con todos sus dientes.