John y Jane huían desesperados, pero también incordiados,
como dos perros hambreados en busca de huesos enterrados. ¡Maldición, la selva de
Charlie no ofrecía sustento diario! Encima los alimentos estaban contaminados. Desgraciadamente
envenenados. Por cierto la choza se hacía pedazos. Desde un árbol, bastante
torcido y casi deshojado, presenciaban asombrados el brutal colapso, pero de la
tierra salían soldados: no eran muertos resucitados. El enemigo construía
túneles subterráneos para evitar ser devorado. Tal vez algo había fallado.