John tenía una cita con el sueño. Para ser más
sincero, Morfeo tenía un compromiso con su obstinado deseo de olvidar los
muertos, pero desgraciadamente escapaba de un ensueño para despertar turbado y
con inesperado recelo: el mismo fusil que había soltado entre el borde de la
cama y su brazo derecho, amagaba ahora con volarle los sesos:
— ¿Quién eres? —balbuceaba John, tieso, sin mover un
pelo.
— ¡Quédate quieto o te lleno de agujeros!
Una rubia de ojos claros, como sacada del cielo,
apuntaba directo a su cerebro. La chaqueta de paño negro, que cubría su cuerpo
esbelto, y resaltaba el tamaño de sus senos, le rozaba los dedos del pie
izquierdo.