Cuatro de la madrugada. La luz tenue
del velador ilumina la habitación. Una prenda interior colgada en la pantalla
del televisor. Es una bombacha alba de algodón. Todas las paredes empapeladas. Dos
camas de una plaza, que al estar juntas simulan una de dos. Suena Frank Sinatra.
No es Gardel pero cada día canta mejor. Una rubia abierta de piernas, toda
sudada. Un muchacho penetrándola. Él está encima de ella, ella encima del
colchón. Ella respira con dificultad por efecto de la excitación. De pronto lo detiene,
arañándole los pectorales. No es una gata. El estupor lo deja sin habla, pero
en su mente sigue penetrándola:
—Decime que sos mío —habla ella en voz
muy baja.
— No entiendo.
—Que me digas que sos mío. ¿Sos mío?
—Por supuesto.
— ¡Por favor, decime que sos mío!
— ¡Soy tuyo!
—Ahora sí, haceme el amor.
Él sujeta sus muñecas y comienza a
penetrarla, con mayor intensidad. Ella vuelve a jadear, también con mayor
intensidad. ¿Tuyo, mío, de quién?
FIN