Llevaba
el gato en mis brazos flacos. Al igual que yo necesitaba un poco de amparo,
pero mi chica había desaparecido sin que yo me percatara de su infausto rapto.
¿La habían raptado? ¡Diablos, ni siquiera sabía qué había pasado! Me reprochaba
no haberle expresado lo mucho que necesitaba tenerla a mi lado. Pese a esa delgadez
extrema que ya amenazaba con entregarme a los gusanos, la amaba más que a mis brazos,
los mismos que me ayudaban a seguir luchando. «Tal vez no debería haberme
alejado», me recriminaba sin despegar los labios. El gato ronroneaba, quizá
para devolverme el mismo cariño que le estaba brindando. Estaba emocionado. Entre
lágrimas escurridizas que, arrebatadas, caían por mis mejillas y saltaban a los
pastos, seguía andando. El amor es un milagro que nos puede ayudar a sortear obstáculos.
Mi corazón estaba intacto.