CAPÍTULO
VI
La
vida era demasiado injusta y depravada, pero mi gato y yo aún podíamos librar
batalla, no así el gran cabrón, que desamparado de la suerte yacía entre los
escombros pese a su heroica hazaña. Como suele suceder, toda proeza conlleva una
adversidad aciaga, que en el peor de los casos condena a una muerte despiadada.
Con las cabezas levantadas, avanzábamos por el derruido muro de las desgracias
innecesarias.