Arribábamos
a la planta. Ninguna piedra había sido desplazada. Realmente era muy alta, y
estaba aislada, como nosotros, pero lamentablemente no podía balbucear una
palabra. No hablaba. El gato subía por el tronco como invitándome a seguir sus
piruetas de acrobacia. Me daba vértigo, me revolvía las entrañas. Ni siquiera
había puesto el pie en una rama. Giraba el cuello. Inmediatamente después hacía
lo mismo con la espalda. Observaba todas esas piedras enigmáticas. No podía
quedarme con las ganas de saber de qué se trataba. El gato maullaba. Perseguía
animarme, entonces me colgaba de una rama, como una araña, y pataleaba,
buscando alcanzar la otra rama, que me sirviera de apoyo para ponerme de pie y
ascender cautelosamente por la planta.
domingo, 26 de marzo de 2017
sábado, 25 de marzo de 2017
UNA BÚSQUEDA DESESPERADA (EPISODIO #357)
Varios
metros delante, tras unos treinta —o tal vez cuarenta— minutos de fatigosa caminata,
hallaba un sinnúmero de piedras repartidas a lo largo y ancho de una superficie
terregosa, como si alguien se hubiese encargado de tironear los pastos para
arrancarlos de cuajo, todas milimétricamente estructuradas que hasta daba la
impresión de que se rozaban, pero increíblemente no se tocaban, dándome a
pensar que representaban cosas insospechadas. Mi limitada altura no me permitía
contemplarlas. Soltaba el gato para pensar con calma. Como era de esperarse,
caía parado entre unas piedras que le cercaban. Adentrándome con la mirada en
la vasta pampa buscaba algo que me sirviera para examinarlas. A unos cien
metros divisaba un árbol alto, de similares características a las de un algarrobo
blanco. En su extremo superior se había deshojado. Tal vez por falta de agua. O
por esas enfermedades que padecen las plantas. Esquivando las piedras para no alterarlas,
caminaba a paso rápido en busca de las necesitadas ramas. No me sería fácil
treparlas, pese a que esa fobia ya había sido superada.
jueves, 23 de marzo de 2017
UNA BÚSQUEDA DESESPERADA (EPISODIO #356)
Llevaba
el gato en mis brazos flacos. Al igual que yo necesitaba un poco de amparo,
pero mi chica había desaparecido sin que yo me percatara de su infausto rapto.
¿La habían raptado? ¡Diablos, ni siquiera sabía qué había pasado! Me reprochaba
no haberle expresado lo mucho que necesitaba tenerla a mi lado. Pese a esa delgadez
extrema que ya amenazaba con entregarme a los gusanos, la amaba más que a mis brazos,
los mismos que me ayudaban a seguir luchando. «Tal vez no debería haberme
alejado», me recriminaba sin despegar los labios. El gato ronroneaba, quizá
para devolverme el mismo cariño que le estaba brindando. Estaba emocionado. Entre
lágrimas escurridizas que, arrebatadas, caían por mis mejillas y saltaban a los
pastos, seguía andando. El amor es un milagro que nos puede ayudar a sortear obstáculos.
Mi corazón estaba intacto.
domingo, 19 de marzo de 2017
UNA BÚSQUEDA DESESPERADA (EPISODIO #355)
Atrás
quedaban las penas, adelante se imponía una odisea. Extrañaba a mi hembra, necesitaba
verla ilesa. Del otro lado del muro había una llanura muy extensa. Poco pasto y
mucha tierra, a lo largo y ancho de aquella sorpresiva pampa yerma. ¿Dónde
estaban los maizales que solían abundar en dichas tierras? Entre dudas
abiertas, avanzábamos por la planicie desierta, como sedientos elefantes en
busca de agua fresca.
viernes, 17 de marzo de 2017
UNA BÚSQUEDA DESESPERADA (EPISODIO #354)
Escalábamos
lo que alguna vez había sido un muro divisorio, eso mismo que los hombres necios
e inseguros suelen levantar para testimoniar su mediocridad, sus estúpidos
prejuicios que nunca conducen a nada, salvo a los falsos sentimientos de
superioridad. Nuestro héroe yacía sin que nadie le diera una segunda
oportunidad. «¿Qué fuerza misteriosa rige nuestro destino?», me preguntaba sin mirar
hacia atrás. El azar, nuevamente, me daba a entender que nada está escrito, y
que los hechos ocurren sin deberse a una intervención con clara intencionalidad.
Vacilábamos, sólo porque perdíamos el equilibrio entre tantas piedras desparramadas
que nos hacían trastabillar. Cuando uno desea algo de verdad, sólo la enfermedad
te puede hacer fluctuar.
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