—Si
nos quedamos quietos, moriremos —alertaba yo con la mirada puesta en el cielo negro.
—
¿Y entonces qué haremos?
—Subir
al caballo y pedirle que nos saque de este infierno gélido.
El
frío intenso se colaba hasta los huesos. La temperatura ya era bajo cero. El
niño indio levantaba los brazos pero no podía vencer tantos impedimentos. Unos
animales huían a lo lejos. Los arañazos del gato me estaban hiriendo.