Un
aparato inmenso irrumpía en el cielo negro. Los árboles se arqueaban, su
plataforma despedía una ráfaga de viento muy violento. Extrañamente estaba
suspendido en el más perturbador de los silencios. Las luciérnagas caían al
suelo. Nuestro zángano se escondía en el recoveco de un árbol pequeño. Estábamos
impresionados. Aquella cosa era tan grande que apenas podía caber en un campo
de baloncesto.