¡Tengo
frío!, me decía ella, rasguñando mi pecho. Estaba en lo cierto, aquella máquina
aérea despedía un viento muy gélido. La temperatura descendía a niveles
insoportables para cualquier ser vivo. El gato Astor trepaba por mi pierna, tal
vez buscando el calor de mi cuerpo. Las hojas se endurecían como piedras. No
podía mover el esqueleto. El viento frío se hacía más intenso. Tenía los dedos
entumecidos. El mono Jorge sorprendía dando brincos. Nunca en la vida había
experimentado semejante tormento.