Llovía, pero no llovía, era el agente naranja el que
caía. Los aviones americanos rociaban con agua maldita cada metro cuadrado de
la selva vietnamita, sin considerar que dos soldados entre unas hojas resistían.
Ni la luz del nuevo día les daba la paz para pensar que se podía salir con
vida. Si no morían, enloquecían.