Aquella
selva inhóspita era una verdadera pesadilla. Charlie no vendía chocolates, ni
tenía una fábrica donde se elaboraban golosinas. El enemigo no sentía compasión
si te hallaba sin salida. Encima había más trampas que niños con sonrisas. Un
paso en falso podía dejarte cojo de por vida. John y Mel lo sabían, por eso no
se movían. Cuando el pavor circula por tus venas, te quedas yerto como zorro
atropellado en la vía, pero el sol finalmente se imponía, y con la luz del
nuevo día, las esperanzas renacían. Así es la vida, sólo que en la guerra tienes
menos esperanzas de reencontrarte con tu familia.