Tímido
y perezoso, el sol salía, y en esas condiciones hasta daba la impresión de que
estaba sumido en una penosa disyuntiva. Los soldados americanos cumplían una
orden, tampoco tenían otra salida. Hemingway sostenía: «jamás penséis que una
guerra, por necesaria o justificada que parezca, deja de ser un crimen». Ernest
sabía muy bien lo que decía: todos los soldados del pelotón número quince, en
total diez combatientes, habían sido fulminados por la artillería enemiga. John
y Mel se habían aislado, por eso continuaban con vida, pero estaban incomunicados
en una zona lastimosamente desconocida.