— ¡Cúbreme
Mel!
—No
puedo, la parca merodea y…
— Tengo
dos niños que alimentar —añadía John sin vacilar.
— Lo
siento, amigo, si nos movemos será nuestro final.
Una
balacera horrenda había sembrado terror, en la inhóspita y frondosa vegetación,
a unos cien kilómetros de Hanoi. Los miembros del Vietcong estaban rabiosos, dispuestos
a fulminar al invasor, o a cuanto sujeto dijera «Hello».