Robertito vio a un viejo pordiosero y se le acercó. En el bolsillo del
pantalón llevaba un billete, que más que un billete parecía un trozo de cartón.
«No podrá comprar nada pero se sentirá
mejor», pensó convencido mientras se lo
entregó.
Cuatro horas después regresó a su casa habitación. De manera inexplicable
la heladera estaba abierta y no había nada en su interior, excepto el mismo
billete que al pordiosero había entregado para remediar su ansiedad de portar
un valor.
Entonces, ¿qué pasó?
El hijo de Robertito estaba aprendiendo a escribir. Entre garabatos había
logrado escribir la primera oración, que desgraciadamente era su dirección, en
el mismo billete que más que un billete parecía un trozo de cartón.
FIN
Observación: esta historia surgió en mi cuenta de Twitter