Cuatro de las cinco chozas estaban desoladas.
Restaba una cabaña. Por cierto era más precaria. John se adentraba lento,
siendo consciente de que podía comerse una bala, una granada o una impiadosa y fatal
cuchillada. En el centro había una cama. Era de dos plazas y estaba desarmada.
También había una mesa de madera con cuatro butacas. Una botella de Coca
contenía algo parecido al agua. Faltaba inspeccionar debajo de la cama. Tampoco
había nada, más allá de una vara muy larga con forma de lanza. «¿Quién querría
vivir en una aldea tan contaminada?», reflexionaba John reposando su cuerpo endeble
entre las sábanas arrugadas. El colchón masajeaba su espalda. Sus ojos se
cerraban.