El
macho cabrío había perdido el conocimiento. Tenía los ojos tensos. Su
mirada, extraviada en el cielo abierto. Medio cuerno se había partido. Yo le
agarraba del cuerno ileso para arrastrarlo algunos metros. Pesaba más que un
ropero. Las gotas de sudor se colaban en mis labios secos. Seguía empujando con
todo mi cuerpo. Las piedras caían, el muro se desmoronaba a paso lento. Podía
morir en cualquier momento.