— Es muy lindo lo que me dices, y me halaga, pero…
— Dime, Jane, ¿qué pasa?
— ¿Cómo puedes enamorarte de una mujer que ayer no
era nada?
— ¿Cómo puede explicarse que estemos en esta guerra
aciaga?
El silencio no era sinónimo de calma, ni mucho menos
de aquella paz tan necesaria, las llamas seguían consumiendo la cabaña precaria,
metros arriba, donde las bombas de Napalm caían como dragones dispuestos a vomitar
sus abrasadoras llamaradas. «En
la guerra como en el amor, para acabar es necesario verse de cerca», escribió Napoleón Bonaparte, y ese
hombre sabía muy bien de lo que hablaba.